Nací cordobesa; me crié marplatense. Mar del Plata es Mi ciudad; me gusta tener por vecino al mar, su inmensidad, poder mirar a lo lejos y seguir viendo sólo mar. No volvería a vivir en Córdoba. En Mar del Plata están mis afectos; aquí estudié, trabajé, amé y fui amada; aquí tuve buenos y malos momentos al igual que todo el mundo y aquí sigo reinventándome.
Cuando era una niñita, mi mamá me peinaba con bucles porque mi cabello era muy ondulado, motivo que esgrimía para negarse a cortarme el flequillo como lo usaban mis primas y mis amigas. Un día me di cuenta de que tenía la solución en mis manos: la tijerita del Jardín tuvo suficiente filo como para cortarme un mechón. La foto es de cuando cumplí seis años; estaba muy contenta porque lucía, al fin, mi ansiado flequillo. Clemen (la rulienta)
Enganchados en el encuentro
(a la manera de Enganchados en la pelea, de Laura Devetach)
- Hola, don Froilán ¿Qué le anda pasando que tiene esa cara que parece que lo dejaron vestido y sin visita?
- Acá ando, solo porque más vale solo que mal acompañado.
- Hace bien porque en este barrio, el que no corre, vuela.
- Mejor no decir nada. En boca cerrada no entran moscas.
- Tiene razón, mejor hacerse el sota porque ojos que no ven corazón que no siente.
- ¡Oiga! Ponga cara de póquer y como quien no quiere la cosa, mire quién va allá. ¡Hola. Manola, gata sin cola!
- Mmm… Parece que va a llover, porque cuando el gato se lava la cara, lluvia cercana.
- Cuando el gato no está, bailan los ratones.
- En el puente de Avignon
todos bailan, todos bailan.
En el puente de Avignon
todos bailan y yo también.
-Mire Ud. ¡Qué ocasión para un brindis! Lo que es a mí, me gusta mojarme por afuera y por adentro.
- A buen entendedor, pocas palabras bastan…
- No hay que hablar por boca de ganso...
- Así es, no hay tu tía; no se debe estar en babia o en la luna para que no le digan cabeza de tuna.
- ¿Vio que a perro flaco no le faltan pulgas?
- Ya lo creo; las desgracias no vienen solas.
- Así es. Y si no, que lo diga Pinocho…
- ¿Y ahora qué le pasó?
- Hasta el viejo hospital de los muñecos
llegó el pobre Pinocho mal herido;
un cruel espantapájaros bandido
lo encontró dormido y lo atacó.
Llegó con su nariz hecha pedazos,
una pierna en tres partes astillada
y como no hay dos sin tres,
con una lesión interna y delicada
que el médico de guardia no advirtió porque estaba más perdido que turco en la neblina
- Aunque casi siempre al que dice mentiritas le crece una jorobita, a Pinocho le crece la nariz.
- Es que ahí el diablo metió la cola.
- El diablo sabe por diablo pero más sabe por viejo.
- Mire, estoy un poco cansado; yo voy a tirar la toalla, ya me cansé de estar al divino botón.
- Lo que es aquí, tuvimos de todo como en botica.
- ¡Ojo al piojo! Hay que ver que no todo lo que relumbra es oro.
- Nada en exceso, todo en su justa medida.
- Bueno, punto y coma, el que no se escondió se embroma. Corto mano, corto fierro.
- ¡Hasta mañana! ¡que sueñe con los angelitos!
- Ángel de la guarda
dulce compañía
no me desampares
ni de noche ni de día.

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