Virginia Barabino

Me jubilé de maestra jardinera. No es el fin de un trayecto, sino la síntesis de un recorrido. Ser jardinera me divierte, me contradice, me ilumina, me da dibujos, creaciones, ideas, comunicación, cuentos que se inventan, que se repiten, que se comparten, palabras que se multiplican, que se escapan, que no se callan.

No me destaco en la escritura, lo que no me impide escribir, ya que si no lo hago, jamás lo podré lograr y no hay peor resultado que la lucha que se abandona. 

Como la niña que ríe continúo recorriendo y cuando sea grande estudiaré piano, ese proyecto me da hilo, me hace pensar que todo es posible, es alcanzable es permitido.



Mi contadora de historias


Siempre a mano en mi textoteca interior, estoy con mi abuela en la cucheta, acurrucadas, hablando de viajes, animales, comidas, preparando los deseos para cuando encontremos un panadero y lo echemos a volar. Es una caricia de colores, sabores y olores que siempre vale recordarlo como tiempo ganado, ese momento en mi imaginación tan sencillo y que alcanzó para siempre y está disponible cada vez que lo necesito. 

Era atención, risas, historias, los secretos del ring raje. Aunque mi mamá decía que ella (mi abuela paterna) no lavaba ni un plato, en esos momentos batíamos, condimentábamos, macerábamos y tan bien lo hacíamos que aún hoy me inundan esos aromas y en un momento  todo queda listo para tomar el té con mi nieta y las tacitas de la abuela Jacinta o sorprenderla con el llavecita, llavecita y sacarle una risa haciéndole  creer que la descubrí diciéndome una mentira. 

Puede que la referencia de mi mamá me acercara más a ella y a una visión distinta de ser mujer. No le hacía falta cocinar porque, en el momento menos pensado, ya no estaba, habían salido con mi abuelo a otro viaje o a su casa en Merlo. Seguro que para recopilar, organizar y preparar nuestro próximo encuentro. 


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